14.12.09

Novelón

Ay, don Luis, don Luis, don Luis M. J. Qué cosas tiene la vida, ¿eh? Usted no se acordará de mí, hace ya mucho tiempo, treinta años, yo era un crío de nueve cuando me acerqué a su confesionario, pero nunca olvidaré los pelos, las señales y los precisos detalles que usted necesitó para que Dios me absolviera de aquel pecado. En fin, me voy a callar, aunque sólo sea por no violar el secreto de confesión, ya que a mí eso de no hacer leña del árbol caído la verdad es que me la suda muchísimo. Prefiero quedarme con lo que ya escribí en esta columna cuando se destapó el pastel de su estafa a otro cura con las facultades mentales mermadas: que vaya novelón sale de ahí, que vaya privilegio para esta ciudad contar con curas que se alían con pedigüeños de puerta parroquial para sacarle los cuartos, 44.000 euros nada menos, a otro sacerdote, anciano y con las cabales fugadas. Un historión sabrosísimo, ya digo. Lo mismo me pongo y lo escribo, ahora que están tan de moda y se venden tan bien las novelas que se meten en las intrigas y las mierdas eclesiásticas. El personaje de su colega el mendigo me daría un juego que es que lo pienso y se me cae la baba a lo Homer Simpson, ¡aaaag! No irá usted a la cárcel, don Luis, y eso es de alegrar. Ahora, mucho rezo, mucha contrición y ya está.

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