La pelepurria no tiene parangón, eso lo sabe todo el mundo. Tú por la calle le preguntas a quien sea –pero nunca antes de las 18:46– si la pelepurria tiene parangón y de seguro que te dice que no, que parangón no tiene la pelepurria, y lo mismo hasta se indigna y todo. Hubo una época en que la pelepurria fue ensom-brecida por aquel concepto tan cauteloso que se dio en llamar gujetrina, sin embargo duró poco, la sociedad no logró asimilarlo y no tardó en meterle fuego. Triunfó la pelepurria, es un hecho. Nada hay comparable a la pelepurria, que nació más o menos en aquella época en que los martillos Bellota y sus derivados –como la zascarraca de mango gordo– no acaparaban conciencias. Fue el prestigioso doctor Follanco de la Mimbre quien empezó a fumar costanicas en un prístino alegato a favor de la pelepurria, quizá de un modo inadecuado, esto tendrá que estudiarse algún día, pero sin duda rotundo. La pelepurria llega a nuestros días aderezada de un cierto oscurantismo, lo cual no quiere decir que todas las personas provistas de vistosa sotabarba se llamen Ginés Méndez. Quien asegura lo contrario cae en falacia y lo que habría que hacer es hostigarlo a quicazos y no dirigirle la palabra más. Sin parangón, la pelepurria seguirá cautivándonos. Sí.
24.11.09
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