La verdad es que esto de los árboles que cortan o no cortan para que pase el tranvía con su alegre chucuchú nos dura un ratejo y después lo olvidamos y pasamos a otra cosa, por ejemplo a raspar la roña de los rinconcillos o a visitar señoras impedidas. Nos gusta mucho un revuelo, nos gusta más que olernos un peo, y pese a que en realidad y en el fondo nos la suda, aprovechamos el espabile que nos produce el meneo de un asunto trivial para seguir cerciorándonos de que estamos vivos, de que aún somos capaces de ejercer nuestro derecho al berrinche y de que nos hormiguea la sangre en las venicas. ¿Es o no es? ¿Quién se acuerda ya de los árboles que talaron de noche en la avenida de Madrid? Quizá nos acordamos todos, pero ya no nos chirría, ya nadie se queja. Es así. Eso lo saben los políticos leñadores, porque los políticos leñadores se conocen perfectamente el mercado para el que trabajan. Se entrenan para aguantar el chaparrón los dos o tres días que dura –mandíbula apretada, hombros rectos, glúteos comprimidos, pausado parpadeo– y después continúan con lo suyo, una vez que la chusma se ha callado la bocaza esa tan grande que tiene. Hasta el próximo follón, que nos hará olvidar el anterior, y así. ¡Cuánta razón tengo, cojollos! Anda que no.
5.10.09
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario