Por casualidad y por un brujo toxicómano del Polígono del Valle me enteré de que el domingo estarías en el Parque del Bulevar comiendo pan y aceite, vestida con la camiseta pistacho que te regaló el Pollas, llena de gracia bizquilla y aliñá, sola o con la madre de tu prima la muerta, que no es tu tía. Allá que me fui, con la resaca recién despegada de la almohada, a buscarte entre el gentío que cumplía un récord como si no hubiera hecho otra cosa en su vida de gentío que cumplir Guinness para las cooperativas hurañas y espan-tadizas, qué dedicación, cuánta fe y qué valor. No te vi a la tercera y entonces solté la espita del medio cabreo y de la media angustia y, con la sofocación y el mal rato correspondientes, me tiré al barro de aceite, a chapotear por llamar tu atención si estabas cerca, el barro que hacía brotar la gente horadando el suelo con almocafres y con flautines para satisfacer sus bollos en cantidad y hormigas. Se me perdieron las gafas, hecho una empanadilla olvidada, y me puse a besar los mofletes y los papos de las señoras, las cuales me abofeteaban con risa y me echaban a sus cuñados boquipringosos para que me ajustaran las cuentas en el nombre del respeto. Y me fui sin verte, pero con mi propio récord superado, maldita sea. Otra vez.
20.5.09
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario