Manuel Chaves con los suyos en Madrid y Gaspar Zarrías todavía aquí, terminando de recoger las cosas y dejar el local adecentado hasta que se meta el nuevo inquilino, desenchufado y abierto el frigorífico para que no huela ni se enmohezca, puestos varios cubos llenos de agua para que la madera de los muebles no se reseque, cortada la espita del gas y los plomillos de la luz, barriendo, fregando, dejando los cacharros limpios y en su sitio y recargando hasta los topes de alpiste el comedero del canario, de pienso la escudilla del perro y de carne cruda y por toneladas el pesebre del león y la despensa de Hércules. ¿Y las plantas, qué hacemos con las plantas, cómo vamos a dejar que se chuchurran unas macetas tan hermosas? Zarrías siempre ha sido un hombre muy de su casa y no se la va a dejar de cualquier manera. Esos fuguillas ya pueden volar con Zapatero, que él no se va hasta que las cosas se queden en condiciones, por más que lo llamen a gritos y hasta con cierto chufleteo desde ese barco más grande: “¡Vamos ya, Gaspar, no seas coñazo, deja eso para el Griñán y vente, cago en el copetín, que eres más cumplido que un luto, cuidado qué nene!”. Pero él no hace caso y sigue a lo suyo. Ah, y que no se le olvide llevarse una copia de la llave, no vaya a ser que...
22.4.09
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario