Aquí lo que pasa es que no se habla o se habla muy poco de que Telefónica no devuelve el cambio de sus cabinas: de que lleva años y años no devolviendo el cambio y no sólo no hacemos nada contra ella sino que, además, nos dejamos hacer con el pico cerrado y los hombros encogidos, como buenos consumidores chalaos, como estupendos ciudadanos acostumbrados al tentetieso y no repliques porque si replicas te parto la boca y encima me río de ti con saña y mucha convulsión del vientre. ¿O acaso está bonito el hecho de que a una máquina uno le meta un euro, marque un número local, diga simplemente “hola, hola, pesicola”, cuelgue el auricular y el bicho no le devuelva el sobrante de lo que precisamente el mismo bicho le ha indicado que gastó durante los segundos que usted empleó en decir “hola, hola, pesicola”? Pues sí, pues sí: eso no está nada bonito, lleva usted toda la razón, señor columnista. ¡Hombre, pues claro! Pero ahí están las cabinas, en la calle, a diario, aguardándonos como señoritas raronchas, tan siniestras, sobre todo de noche, con sus galas lumínicas y su Rouco=Aznar pintado. ¿Dónde nos quejamos de eso? Y, en todo caso, ¿quién le chilla a Telefónica por esos poquitines de céntimos que no hemos consumido? Hablemos.
13.11.08
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