1.4.08

De Bizet

Iba a ser mi primera ópera. El jueves me lo pasé de pie todo el día, haciéndole el rodaje al frac, pero procurando que no se me arrugara y, a la vez, buscando a una señora gorda, gallinota y con mantón de Manila que me acompañara a tan sensible espectáculo, la Carmen de Bizet en el “Infanta Limón”. Quería depurarme de una vez de la intoxicación cultural que arrastro desde mi adolescencia, criada en ferias, en teatros chinos de Manolita Chen, en barracones de mujeres avispa y enanitos barbudos que hacían malabares con los cataplines y un queso. Iba a ser mi primera ópera. Veinticuatro euros de ópera para una compañía rusa, nada menos que rusa, de San Petersburgo nada menos, aquí en Jaén, entre los míos. Respirar era sublime ese jueves, camino del teatro nuevo, y no había pausa entre comentarios sublimes sin que se me viniera al tarareo la “conspiración” de Marta Sánchez. Y de pronto, al fondo de la plaza teatrísima, el rostro demudado del Enrique Iznaola: que se ha suspendido porque no ha llegado el vestuario. Y al día siguiente el abucheo, la estampida, la reclamación, Cristina, los cantantes en chándal, los músicos de chichinabo, el Montané bochorno… Iba a ser mi primera ópera. Anda y que le den sodomazos a la ópera.

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