Sin duda, el responsable de que el portón de carga y descarga del Nuevo Teatro jaenoto no cuente con las medidas suficientes para que entre un camión fue cualquier peón de albañil, quien, por causas hoy difíciles de determinar, se impacientó y le gritó a los compañeros: “¡Ya está ni pollas con la puerta, tanta puerta ni tanta puerta, con lo que lleváis va que chuta!”, y así se quedó el portón, inútil a la hora de que una compañía con un gran montaje escénico quiera meter el trailer de sus trastos. Porque ya se sabe que un arquitecto puede decir misa en sus planos, pero si al obrero del botijo se le pone entre ceja y ceja otra cosa, eso tiene más fuerza y más autoridad que no sé cuántos años de carrera. Sin embargo, lo que no me explico es lo del foso. Eso sí que no tiene explicación. El foso es la verdadera y lamentable y gran cagada del —por lo demás— estupendo teatro del que por fin disfrutamos. Un foso tan hondo, tan hondo, que no se puede utilizar, porque los músicos estarían enterrados y el director de orquesta no vería un pimiento de lo que pasa en el escenario, a no ser que fuera un tío muy tallote. Se conoce que ahí nuestro peón estaba malo y por eso no pararon a tiempo con la trinchera musical, la cual les salió más bien sima geológica.
28.3.08
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