A principios de verano os recomendaban que mandaseis la hipoteca de vacaciones, con su toalla, su pala, su cubito y su neceser, y vosotros os quedaseis aquí guardándole el roalillo para que se lo encontrara tal cual a su regreso. De lo contrario, la ibais echar mucho de menos: vuestros días de descanso se convertirían irremediablemente en un sin vivir: pobre hipotequita, aquí sola, sin nadie que la mime y le diga cosas dulces al oído, ella que no sabe estar sin su cuarta pregunta, sin esa mano amiga que la lleva al banco todos los meses y se la presenta a la cajera: “Mira, Hipo, aquí Mati”. Recortasteis las vacaciones por la hipoteca, e hicisteis bien, incluso os quedasteis cortos, porque un veraneo y una hipoteca son incompatibles en esta sociedad del bienestar, en este Primer Mundo donde todos tenemos derecho a una vivienda digna y a una hipoteca gorda, alta, hermosa, bien criada. Ahora, a la vuelta, con el Euribor hecho una cafre, lo que deberíais hacer no es recortar los placeres, sino regalárselos a un pobre sin hipoteca, a un desamparado, a un paria de los de alquiler, de esos que compran lavavajillas Kiriko en vez de Fairy y suspiran cada sábado pensando en el lunes. Estáis apañados. ¡Pringaos!
5.9.07
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