La ministra de Sanidad, que es tan pulcra y tan tiquismiquis, la pobre, debería sufrir uno de esos cruces de cable traumáticos y personales que la trastornan de vez en cuando e impulsar un proyecto de ley contra la manía de toquetear y besuquear niños por parte de los políticos en campaña electoral. No hablemos ya de cuando llega el Rey, que está siempre en campaña, y le pone la gorra a una criaturita. Con un solo gesto ya la está monarquizando, militarizando y, encima, transfiriéndole el sudor. Y sus papás, tan contentos. Pero, en fin, dejemos al Rey, que con él es pecado meterse, mientras que con la plebe política no pasa de una mala afición o vicio común. Un político en campaña ve a un chiquillo chico y cuando quieres acordar ya te lo está apretujando, sin preguntarle siquiera si le apetece o qué ideología utiliza para vivir y organizar sus Pin y Pon. Y da mucha lástima ver a esos pobres angelitos, sin comerlo ni beberlo, en las garras de un tío o de una tía a quien lo único que le importa son los votos de los papás. Si cuando lo tienen en los brazos alguien les dijera: “¡Oye, que es huérfano, que está abandonado, que nadie lo quiere!”, verías tú qué pronto lo soltaban y pedían desinfectante para la ropa.
11.5.07
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