De comentario social va hoy esto, que de política ando ya un poco empachado, y quiero dedicarles esta columna a las muchachas de nata, a las muchachas de vainilla, a las muchachas de chocolate y de canela y de ajonjolí, de magdalena y milhojas, de moca y de anisico. Les dedico hoy la columna, pues, a esas muchachas que cada vez más se apuntan a parecer piezas de confitería, no tanto por lo más o menos buenas que puedan estar, sino por los perfumazos que me usan y que parecen adquiridos en una de aquellas boutiques del caramelo que ellas no conocieron, porque ahora se llaman “tiendas de chuches”, y en las que mi infancia se hinchó de mangar nubes y ladrillicos. Muchachas que, al paso, te dejan un pecado de diabéticos, un recuerdo de glucosa; muchachas que, cuando te besan, te pegan por unas horas el chantillí restregado con el que cada mañana se untan los pescuezos y por detrás de las orejas; muchachas de gominola que, cuando se juntan, forman un pestazo infantil y conmovedor de golosinas mezcladas, como un hedor de clases sociales amalgamadas e hipócritas, pero en natillas y bizcochines, caja dulce y vieja de las delicias de un nene avariento. Así es, muchachas, así es.
13.2.07
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1 comentario:
XD, qué funcinamiento extraño el de la memoria: leyendo este post tuyo se me ha despertado el recuerdo de los domingos de mi infancia, cuando a la salida de misa visitábamos los puestos ambulantes de chucherías, y repetíamos la dulce visita a primera hora de la tarde, antes de la sesión infantil de cine... :)
Ahora que lo pienso, qué feliz fue mi infancia...
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