Las matan porque las quieren, las quieren porque las matan, mueren porque se dejan odiar hasta los mismos límites del amor, las queman apasionadamente, las apuñalan de todo corazón, las tirotean a besos como estampidos de pólvora, las estrangulan de sentimientos y a ellas no les queda otro remedio que morir, resignadas, otra vez morir, porque ya murieron el día que se cruzaron con sus asesinos en la vereda y se quedaron a vivir en ese cruce eterno y marcado con una cruz negra. Mueren sin rechistar, sin despedirse mueren, mueren como palomas que sobran, como flores aborrecidas en su último aroma, saben que mueren y así se lo dicen a los ojos machos mientras las matan: me muero porque me matas, amor, ay si pudiera matarte porque me muero... Suspiro final de tantos gritos, de tantos llantos, de tantas tripas retorcidas cuando él llega. Una vez más no, por favor, que estoy cansá y no puedo con el corazón. Que los niños duermen, huérfanos de una relación carnal violenta, la más violenta, de una madre que los parió para arrullarlos después de muerta y de un padre preso o suicidado que los hizo para dejarles por herencia el hediondo recuerdo de un respetable hijo de puta.
16.10.06
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1 comentario:
Ay!
Qué martinete...ay!
Beso.
M.
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