14.12.05

¿Tuvieron culpa los perros?

A la puerta de un rico avariento llegó Jesucristo y limosna pidió, y en lugar de darle la limosna los perros que había se los azuzó o se los asusó o se los achuchó. Porque unos dicen azuzar, otros asusar y otros achuchar, y aquí no hay quien se aclare, dan ganas de no cantarlo. Cuando uno llega a ese verbo, todo emocionado y con la vena del pescuezo hecha una soga, siempre están los correctores de turno que no se conforman con tocar la pandereta y basta: “¡Azuzó no, cipote: achuchó! ¡Achuchó no, cipote: asusó! ¡Asusó no, cipote: azuzó!”. El caso es quedar de ignorante. Pero de lo que no hay duda es de que el rico avariento tenía una mala hostia que no podía con ella. No me des limosna si no quieres, tío agonías, pero jopé, no me eches a los perros, que no vengo a robarte, que soy Jesucristo y no veas la guerra que voy a dar, ya verás cómo te van a poner a ti en los campanilleros, yo que tú trataba de limpiar mi imagen. De ahí que luego quiso Dios que los perros murieran de rabia y el rico avariento pobre se quedó, que también es pasarse, digo con los perros, animalitos, si estaban entrenaos para ser azuzados, o asusados, o achuchados, o leches... Al avariento sí, que le den.

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