18.10.05

La gran prohibición

O sea que a partir de enero del año que viene el tito José Ramón ya no se va a poder fumar su puraco en las bodas a las que vaya, con lo que a él le gusta fumarse su puraco, ya en mangas de camisa, cuando está coloradote y repantingado en la silla, con el panzón por mesita auxiliar, y pegar el bocinazo de “¡vivan los novioooos!” con el Don Julián serjao (término quesadeño que significa “ladeado”, permítaseme la erudición léxica) en la boca. Ni el tito José Ramón ni nadie. Prohibido fumar en las bodas por orden de la Elena Salgado, a la que un día deberían pillar fumando, oye, tengo unas ganas... Mira tú que cuando quieren pillan a la Obregón y a la Terelu y a la leche que les dieron haciendo cochinadas, ¿no podrían paparazzear a la ministra de Sanidad enganchada a un habano de los que no caben en la boca? Esa muchacha ha de tener un trauma con el tabaco, se ve que lo suyo es personal y que un día gritó al cielo mientras mordisqueaba un rábano: “¡A dios pongo por testigo que cuando sea ministra aquí no va a fumar ni el Porretas!”. No obstante, afortunadamente, eso de no poder fumar puros en las bodas tiene menos futuro que la taberna Gorrión si la embaldosaran al gres, el decreto es tan despreciable como la primera rodaja del pan Bimbo y se va a respetar igual que no aparcar en doble fila aunque vayas a un mandaíllo, toma parangones de risión. Entonces los padrinos qué reparten, ¿pictolines? No, hombre, no: el puro de las bodas es sagrado, en las bodas fuma puros hasta la prima monja y además dudo de la felicidad de los contrayentes si el banquete carece de humazo y pesturria rica, tan española y como dios manda.

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